martes, 31 de enero de 2012

Distracciones en los estudios


No me doy cuenta de que estoy solo en casa hasta que hago un alto en mis problemas de Cálculo para buscar algo de comer. Matt ha salido por ahí con Alyssa, al cine según la nota que me ha dejado en la nevera. Ya me veo cenando una pizza congelada mientras veo reposiciones de CSI Miami cuando suena el timbre. Me pregunto interiormente si esperaba Matt visita, y lo cierto es que me quedo un poco a cuadros cuando abro la puerta y veo al otro lado a Prue, Synnöve y Clary. Como Prue es hermana de Alyssa, lo primero que se me ocurre es:
—Alyssa no está aquí. Matt y ella han salido.
—Sí, ya lo sé, han ido al cine —dice con desparpajo. Su expresión se vuelve más comedida al decir—. Estábamos estudiando y se nos ha ocurrido que tú también debías estarlo, así que se nos ha ocurrido que podíamos cenar juntos.
Bueno, no es mala idea.
—Claro —me hago a un lado para invitarles a entrar.
Ellas pasan hasta la cocina, literalmente. Han hablado de cenar, pero no traen nada, lo cual me hace pensar que si planeaban saquear nuestra nevera, se van a llevar un buen chasco. Somos tíos, vivimos al límite.
—¿No tienes nada de comer? —Pregunta Prue ante la evidente falta de provisiones.
—Podríamos pedir comida china o algo así —propone Clary.
—Tengo por ahí un folleto —comento.
Me escabullo hasta mi cuarto y revuelvo los cajones hasta dar con el famoso papelito del restaurante que hay dos manzanas más abajo, rogando interiormente que las chicas no hagan aquello a lo que están predispuestas genéticamente, es decir: husmear. Tengo la habitación hecha un desastre. Por suerte, cuando vuelvo a la cocina, están las tres sentadas ahí, muy modositas.
—Bueno, ¿qué vamos a tomar? —Pregunto—. ¿Cuántos rollitos primavera pido?
—Yo quiero uno —declara Prue.
—Y yo otro. Y pan de gambas, por favor —añade Clary.
—Ah, y arroz tres delicias, cerdo agridulce… Bueno, con eso nos llega, ¿no crees? —parlotea Prue.
—Sí.
Apunto sus comandas en el reverso de la nota de Matt, y añado pollo con setas y bambú para mí. Entonces me doy cuenta de que Synnöve no ha dicho qué es lo que quiere ella. Levanto la cabeza para mirarla y pregunto:
—¿Tú qué vas a tomar, Synnöve?
Ella da un respingo y mueve los ojos en todas direcciones antes de contestar entrecortadamente:
—Pues… chop suey está bien…
—¿De qué?
—De pollo…
—Vale —lo apunto sin inmutarme demasiado, pero añado—. Veo que a los dos nos gusta el pollo.
—A todo el mundo le gusta el pollo —interviene Prue.
Creo detectar cierto desdén en su voz. Deben ser imaginaciones mías, no he dicho nada malo, ¿verdad?
Cuando pregunto quién quiere llamar al restaurante, se hace el silencio. Me figuro que eso significa que me toca a mí hacerlo, así que cojo el teléfono fijo y marco, acodándome en la encimera de la cocina, mirando por la ventana, lo que no impide que vea claramente gracias al reflejo del cristal cómo Prue arrastra a Synnöve al baño…

domingo, 29 de enero de 2012

Los cameos de Dolls Crazy House

Otra abuela se presenta en Dolls Crazy House para que la conozcamos.

Es Lorena Eisenberg, abuela de Andrea. Esta instantánea fue tomada en su Philadelphia natal, meses antes de casarse. Viendo esa imagen tan clásica, no sorprende que le saliera una hija hippie...

martes, 24 de enero de 2012

Béisbol


En cuanto ha dejado de llover he convencido a Sy para que fuésemos a airearnos un poco. Llevábamos más de dos meses en los que se intercalaban lluvia y niebla, y lo más parecido al deporte que podíamos hacer era jugar al golf con la Wii, y eso es muy aburrido. Cuando me levanté por la mañana y vi que apenas había unos jirones de niebla en lo alto de las farolas, decidí que era mi momento, y en cuanto me encuentro con Synnöve en el instituto le propongo que vayamos a jugar al béisbol.
—¿Béisbol? —Me pregunta.
—Es mi deporte favorito —replico.
—¿Lo echas de menos?
—Sí… desde que se fueron Dan y Oliver ya no juego tanto como antes.
Daniel y Oliver son mis hermanos mayores, que no viven en casa. Dan trabaja en un astillero en el norte y Oli está en Stanford con una beca, así que apenas les veo, y les echo muchísimo de menos. Fueron ellos quienes me enseñaron a jugar al béisbol y al fútbol, y antes de que se marchara Dan a la Universidad, jugábamos casi todos los días.
—¿Y dónde has planeado que juguemos? —Pregunta Sy.
Nos encaminamos al laboratorio de Ciencias, donde vamos a diseccionar… algo. Una cosa que estaba viva. Prefiero no saber más detalles, pienso hacer lo imposible por escaquearme.
Como me la conozco, voy esquivando:
—No en los terrenos del insti, desde luego. Tienen las instalaciones hechas un asco.
Ella hace un ruido gutural. Las instalaciones deportivas le dan lo mismo, pero los chicos de los equipos de fútbol, baloncesto y rugby del instituto son lo más insufrible que hay sobre la faz de la Tierra. Se creen que viven en una peli americana y se dan unos aires que dan asco.
—Por eso he pensado que podemos ir a los campos que hay dos manzanas por debajo de tu casa.
Me muerdo el labio inferior en silencio. A Sy le gusta estar lo más lejos posible de su malvada hermana (es un decir), así que siempre que quedamos vamos por el centro. Nunca he estado en los campos deportivos que hay en su barrio, pero tienen muy buena pinta. Me apetece probar.
Le lanzo una mirada cargada de duda. De ella depende que vaya acompañada o no.
—Vale —responde ella.
Podría dar saltos. Tomamos asiento en el laboratorio. El profesor Fincher acaba de entrar, así que bajo la voz para preguntarle:
—Genial, ¿vamos a tu casa primero?
—Sí, tendré que coger mi ropa de deporte.
El profesor Fincher nos llama la atención por hablar, y como castigo nos encarga repartir entre las mesas el sujeto de nuestra disección: un enorme besugo.
Creo que no comeré pescado nunca más.

Los campos de deportes del barrio de Synnöve están situados junto a un parque infantil, una zona acondicionada para el skate y una larga avenida arbolada para pasear. En realidad, les llamamos campos de deportes cuando son dos rectángulos de medidas estándar rodeados de verjas, uno de hierba y otro de cemento, este último con soportes para redes de tenis y voleibol. Por suerte no hay nadie todavía, así que nos adueñamos del campo de hierba dejando nuestras bolsas en una esquina. Yo he traído el bate, el guante y la pelota, aunque en realidad poco béisbol vamos a jugar siendo sólo dos. Pero bueno, es mejor que nada.
—¿Te importa si bateo yo? —Le pregunto.
—Claro que no. Yo te lanzaré la pelota, aunque no te prometo hacerlo bien —dice Sy con media sonrisa.
Separándonos unos metros, me coloco en posición de batear y me concentró. Synnöve hace retroceder el brazo en un arco perfecto y me lanza la pelota, que golpeo sin dificultad, enviándola al otro extremo del campo.
—Buen lanzamiento —la elogio. Es verdad, no ha estado mal.
Ella hace una mueca.
—Tu golpe ha sido mejor.
—Tengo mucha práctica —me encojo de hombros.
—Supongo que esto es vuestro.
Nos giramos hacia un chico que se acerca llevando mi pelota en la mano.
—Sí, gracias —la recoge Sy.
El chico, bastante guapo, por cierto, sopla su flequillo rubio para apartárselo de la cara. Lanza a mi amiga una mirada inquisitiva antes de preguntarle:
—¿Nos conocemos de algo?
—Somos vecinos —responde ella, concisa. Sé que, desde que le pasó lo de su ex, antes de conocerla, trata a los chicos con pinzas.
—¿En qué piso vives? —Pregunta él.
—En el tercero.
—Yo estoy en el ático. Me llamo Evan —le tiende la mano y Synnöve se la estrecha—, Evan Jameson.
—Yo soy Synnöve Bolton —en ese momento parece reparar en mi existencia, ya que añade—, y ella es Quinn Gray.
—Hola —le saludo, pero es inútil. Evan sólo tiene ojos para Synnöve.
Un grupo de chicos espera a Evan, y le hacen aspavientos para que vuelva con ellos. Después de asegurarle que no ocuparemos la pista toda la tarde, se marcha con ellos.
—Bueno, ¿seguimos jugando? —Le pregunto a Synnöve.
Pero me quedo de piedra cuando ella asiente con la cabeza con expresión ausente. Por primera vez, un chico la ha dejado sin palabras. Esto sí que es nuevo.