miércoles, 30 de noviembre de 2011

Una visita a la española. Primera parte

Cuando te mudas es cuando salen a la luz las miles de cosas que tienes metidas a presión en los escasos metros cuadrados de habitación. Eso me pasó a mí, y aunque me iba a Londres durante un año solamente, cuando empecé a hacer listas de lo que quería traerme, llegué a la conclusión de que iba a tener que alquilar un avión de mercancías sólo para todos mis trastos. Al final, eliminando y sufriendo por lo que tendría que quedarse en casa, terminé plantándome en el aeropuerto de Heathrow con dos maletas casi tan grandes como yo misma, tanto que me costó Dios y ayuda encontrar a un taxista que accediera a llevarme esos dos mostrencos al apartamento donde iba a vivir… Pero bueno, ésa es otra historia.
El caso es que, tanto tiempo para preparar maletas y comprimir kilos de ropa para darme cuenta, en menos de cinco minutos mientras deshacía el equipaje, de que me había dejado la guitarra en Madrid.
Podría haber llorado de la frustración.
Rápidamente llamé a mis padres. Mi madre me cogió el teléfono, me hizo doscientas preguntas acerca del viaje, me preguntó por mis compañeras de piso, emitió juicios de valor sin haber estado aquí en la vida, me dio ochocientas recomendaciones para velar por mi seguridad (nadie diría que he vivido en Madrid desde que nací) y acabamos despidiéndonos como si nada. Luego me acordé de que en realidad les había llamado por la guitarra, y tuve que volver a llamar. Al menos mi padre se hizo cargo de la situación, aunque me recordó, otra vez, que si no estaba a gusto siempre podía volver a casa.
Pasaron dos semanas sin que volviera a tener noticias de mi guitarra (que no de mis padres, que me llamaban día sí y día también hasta que les convencí de que Jack el Destripador se había muerto hacía un siglo o así y que, de todas formas, no actuaba a plena luz del día y en plena Universidad), hasta que un buen día recibí la llamada que tanto esperaba:
—Buenas noticias, Magda —mi madre sonaba exultante—. Hemos decidido ir a llevarte la guitarra.
—Ah, genial, ya la echaba de menos… Espera, ¿has dicho traerme? ¿No me la ibais a enviar?
—Bueno, eso pensábamos, pero no conocemos Londres, y además a los abuelos les apetece verte…
—¡¿Vais a traer a los abuelos?!
Londres es una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, pero no veía yo a mis abuelos en Londres. Básicamente, porque ellos son muy de pueblo. Concretamente, de un pueblo que está más o menos en el culo del mundo. En Cantabria, vaya.
—No irás a decirme que no podemos ir.
Mi madre acababa de poner ese clásico tono que ponen las madres que viene a significar algo así como: “eso me hace sospechar que tienes algo que ocultar, probablemente que vives con un chico”. Y sinceramente, con lo sosacos que son los británicos, me parece una tontería que piense eso, pero ella qué va a saber, si los únicos ingleses que conoce son los que salen en Downton Abbey. No tenía opción, así que claudiqué:
—Está bien. Pero que no se os olvide la guitarra.

No había acabado de colgar el teléfono cuando me estaba arrepintiendo ya de haber permitido que mis padres vinieran a visitarme, aunque si estaban tan seguros, no habría logrado impedirlo ni orquestando una huelga de controladores en el aeropuerto de Heathrow. No tenía demasiadas ganas de que mis vecinas, tan glamourosas ellas, vieran a la panda de catetos que es mi familia, aunque a lo mejor ésa es la impresión que tenemos todos de nuestros familiares… que nos van a avergonzar. Por si acaso, reuní en el salón a Mina y Sia, mis dos compañeras de piso y tan Erasmus como yo, para ponerlas sobre aviso de las extrañas criaturas a las que iban a conocer el próximo fin de semana. 

martes, 29 de noviembre de 2011

Un poco de protagonismo para Savannah

Nuestra modelo afroamericana vino a Dolls Crazy House con el deseo de pasar desapercibida... y, por extraño que parezca con su cuerpo de escándalo y ese estilo tan personal, lo ha logrado. Por eso hoy he decidido que ya estaba bien de tanto escaquearse y la he llamado al orden para que protagonizara esta sesión en exclusiva.

Aunque no peguen nada con su personalidad, los colores fluorescentes son los preferidos de Savannah. 
Y si no estáis convencidos, comparad.
¿No os parece?
Pero para las ruedas de prensa viste con colores más neutros.
Es su manera de separar trabajo y ocio.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Nuevas habitaciones

A falta de inspiración y documentación gráfica para avanzar en las historias de estas chicas, he decidido mostraros algunas habitaciones más de las habitantes de Dolls Crazy House, algo que no hacía desde abril. Hoy tenemos cuatro dormitorios para enseñar:

La habitación de Clary (aunque en teoría ella no vive en Dolls Crazy House, sino con sus padres. Su madre es anticuaria, de ahí esos muebles tan elegantes y el vitral sobre la ventana)
La habitación de Savannah

La habitación de Shannon
La habitación de Cora

domingo, 20 de noviembre de 2011

Pijamas, almohadas y cotilleos a medianoche

      Parece que ni siquiera la presencia de Matt ha servido para rescatar a Prue de la ira de Alyssa. Tras el desastroso resultado de la última fiesta que montó en su piso, Alyssa decidió que hasta aquí habíamos llegado y le ha prohibido llevar a su casa a más de dos personas al mismo tiempo. Tal y como está el percal, me pidió casi de rodillas que accediera a prestarle mi dormitorio para celebrar una fiesta de pijamas, aunque ella la definió como una Reunión Nocturna de Urgencia. Y es que, según Prue, ningún asunto de importancia puede tratarse con propiedad si no se trasnocha, se ven comedias románticas y se comen pizza y chocolatinas. Seguro que eso lo escribió también en su diario rosa con el candado en forma de corazón. Bueno, no tiene uno, pero por su manera de hablar, cualquiera lo diría. En serio, Prue me cae bien, pero a veces parece que tiene trece años.
         El caso es que acepté porque Pam tenía una fiesta súper exclusiva en Los Angeles y así a lo tonto iba a pasar cinco días fuera. Sabía que la alteración de su espacio vital no iba a hacerle ninguna gracia, y lo que a ella no le hace gracia a mí sí que me la hace, por regla general. Tampoco le guardo ningún rencor en particular, sencillamente me parece una pesada. Eso sí, como sólo quiero fastidiarla de vez en cuando pero no meterme en líos, así que le dije a Prue que trajera sólo a Clary. Para mi sorpresa, no opuso resistencia y a las nueve se presentaron las dos en casa, la una llevando dos pizzas tamaño familiar y la otra una bolsa del súper de enfrente a través de la que me pareció ver kit-kats. La cosa prometía ser una bomba de calorías, pero en fin, eso es lo que se hace en las fiestas de pijamas… o eso se supone. Una vez estuve en una. Tenía catorce años y fue aburridísimo… pero ésa es otra historia.



         La noche empezó con maratón de películas en DVD: la primera fue el clásico por excelencia, Pretty Woman, a la que siguieron Dirty dancing y Cuatro bodas y un funeral. Ya temía que, mientras sonaban los títulos de crédito de esta última, decidieran seguir con Novia a la fuga, pero por suerte Prue preguntó:
         ¿Comemos algo?
         Imagino que no hace falta que os diga que nos abalanzamos sobre la comida como hienas. Aunque tanto romance me había hecho aumentar los niveles de azúcar hasta límites estratosféricos, unas cuantas porciones de pizza y una ración de cafeína enlatada nunca vienen mal.
         Mis sospechas de que Prue tenía algo que comentar se vieron confirmadas rápidamente:
         —¿No os parece que Evan es súper mono?
         —No es exactamente mi tipo —respondo, no sin cierta desgana.
         Ella hace una caída de ojos.
         —Nadie ha sido tu tipo desde lo de Dean —dice.
         —Pues mejor para ti, ¿no? —Replico.



         Clary se aclara la garganta y pregunta:
         —¿Eso quiere decir que te gusta, Prue?
         Mi prima rueda por la alfombra antes de murmurar:
         —No sé si es una buena idea que Rita está al tanto de eso…
         Por supuesto, ya estoy al corriente de toda esa historia de Rita… y estaréis de acuerdo conmigo en que es una lagarta.
         —De todas formas, me parece que ya debe habértelo notado —no pretendo hundirla en la miseria, sino subrayar lo evidente—. Pero por si te sirve de consuelo, no me tiene pinta de que una loba como Rita sea el tipo de Evan.
         Y es verdad, no me lo parece. No he cruzado más de un saludo con él alguna vez que hemos coincidido en la escalera (la conversación circunstancial no es mi fuerte), pero sinceramente, me ha parecido un poco… no sé… ¿blando? En cualquier caso, Rita parece demasiado para él.

Disculpad la pobre calidad de la foto

Y, a juzgar por la expresión de Prue, ella está más bien pillada… Algo habitual en la soñadora y enamoradiza Prue.